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El imperativo categórico entra en Tinder

El imperativo categórico entra en Tinder

La defensa filosófica —y sin swipe atrás— de la monogamia como camino hacia la eudaimonía

En el vasto supermercado del deseo moderno, donde el amor se escanea con el dedo y se cancela con un swipe, alguien tiene que recordar lo esencial. Y no, no hablamos de "las bases de una sociedad tradicional", sino de algo mucho más profundo: la virtud, la plenitud y la prosperidad personal y colectiva.

El mundo actual ha democratizado el deseo, pero ha precarizado el compromiso. Y si bien la libertad de elegir nuestro modelo relacional es sagrada, hay un hecho filosófico ineludible: la monogamia libre, consciente y virtuosa no solo es válida; es necesaria para florecer como seres humanos.

I. Kant y la dignidad en el vínculo exclusivo

Immanuel Kant no creía en relaciones por impulso, ni en amores fugaces basados en el placer o el capricho. Su visión del respeto moral exige algo radical: que jamás tratemos a otro ser humano como un simple medio para nuestro placer o beneficio, sino como un fin en sí mismo.

Y aquí está el núcleo de la monogamia bien entendida. Porque en su mejor forma, amar a una sola persona no es un acto de posesión, sino de máxima consideración moral: es decir "yo te elijo y te respeto por encima de todas las posibilidades". Es afirmación moral, no restricción.

Mientras el deseo disperso convierte a los otros en objetos, el compromiso auténtico los eleva a la categoría de sujeto incondicional. Y en eso, Kant estaría no solo de acuerdo: lo celebraría como una de las expresiones más elevadas de la moral práctica.

II. Aristóteles y el arte de vivir bien (juntos)

Aristóteles no se andaba con rodeos: la finalidad del ser humano es alcanzar la eudaimonía, es decir, una vida plena, floreciente, vivida conforme a la virtud. Y para él, eso solo se logra en comunidad, especialmente en la amistad perfecta, aquella donde dos personas se desean mutuamente el bien por quienes son, y no por lo que dan.

¿Y no es eso la esencia de una relación monógama bien construida?

En un mar de relaciones superficiales, la monogamia virtuosa ofrece la oportunidad de cultivar un lazo profundo, paciente, transformador, que no se basa en lo que la otra persona “me da” hoy, sino en una construcción conjunta orientada al bien mutuo.

Aristóteles lo deja claro: las relaciones profundas requieren tiempo, esfuerzo y continuidad. Y en esa continuidad es donde la monogamia encuentra su fundamento. No es una renuncia a la libertad, es su perfeccionamiento a través de la elección reiterada y virtuosa.

III. Los estoicos y la disciplina del alma

Los estoicos sabían que la pasión desenfrenada —pathos, en griego— es enemiga de la serenidad. Vivir persiguiendo cada nuevo estímulo no nos libera: nos esclaviza. Epicteto lo decía sin filtros: quien vive siguiendo sus impulsos es esclavo de ellos.

La monogamia, vista desde el estoicismo, es un entrenamiento del alma. Es resistirse al ruido, al exceso, a la novedad por la novedad. Es elegir con firmeza y virtud a una persona y comprometerse a crecer con ella, incluso cuando el mundo nos dice que la novedad es más excitante.

Y en esa disciplina del afecto, hay una forma de libertad más profunda que la de quien colecciona experiencias pero no construye nada duradero.

IV. Contra la banalización del vínculo

No se trata de moralina, ni de nostalgia conservadora. Se trata de entender que las sociedades fuertes, los individuos estables y los niños sanos emocionalmente nacen de relaciones sólidas. Y no hay arquitectura emocional más potente que la de dos personas que, en libertad, se eligen una y otra vez para compartir la vida.

Tinder no es el enemigo. La superficialidad sí lo es. La cultura del "todo vale", del "hoy contigo, mañana ya veré", mina la capacidad de confiar, de construir, de entregarse. Y una sociedad sin confianza ni entrega está condenada a la fragmentación.

V. La monogamia como revolución silenciosa

En un mundo saturado de opciones, de estímulos y de narcisismo afectivo, elegir la monogamia desde la libertad es un acto revolucionario. No porque niegue el deseo, sino porque lo ordena. No porque reprima la libertad, sino porque la orienta hacia algo más grande que el capricho personal: el crecimiento compartido.

La monogamia no es "la cárcel del amor", es su gimnasio. Donde el yo se transforma, el otro se revela, y juntos se entrena la virtud que lleva a la verdadera plenitud.

VI. Conclusión: solo florece quien se planta

Kant nos recuerda el respeto. Aristóteles, el florecimiento. Epicteto, la autodisciplina. Y todos convergen, sorprendentemente, en un principio moderno que necesitamos con urgencia: la relación monógama no es una prisión, sino un camino noble y necesario para lograr una vida buena.

No porque sea la única opción, sino porque es la única que exige el nivel de compromiso, crecimiento mutuo y virtud personal que hace falta para alcanzar algo más que placer: la felicidad profunda.

Tinder puede existir. El deseo puede bailar. Pero el alma, si quiere paz, propósito y plenitud, necesitará siempre algo más firme que un algoritmo. Necesitará una decisión libre y valiente: la de amar a una sola persona, no porque se nos imponga, sino porque elegimos plantar allí nuestras raíces.

Porque solo florece quien se planta.